Y en eso de haberlas visto caminar y buscar durante medio siglo para exigir verdad y justicia. Y en eso de encadenarse, ocupar embajadas y catedrales por esa justicia que jamás las escuchó ni nadie; ni tampoco los santos mármoles de templos de pulcritud e indiferencia que, ellas, espontáneamente hicieron temblar.
Y en ese caminar -con genuina certeza y esperanza- se hicieron de valor a base de sollozos como pertrecho imponderable. Madres, hermanas, compañeras, hijas y quienes fueran, no hicieron más que corroborar que son y siguen siendo imprescindibles.
Y Brecht (Bertolt, a ése nos referimos) no imaginó que esas imprescindibles, de norte a sur, orgullosas colgarían fotos en los mismos pechos de donde nutrieron la vida; como cual medio litro de leche para todas las niñeces libres del territorio.
Nadie las oyó. Nadie más que el propio pueblo que con ellas padeció la ausencia, la falta de pan, la de extrañar aquella caricia de un hijo; la reprimenda de un taita rezongón y bueno pa’ la pega, pero siempre pulcro en el vestir; el abrazo de amor y juventud… el primer beso.
“Mi padre tenía aspiraciones y siempre quiso que nosotros estudiáramos para no ser como él. Que no sabía leer ni escribir. Él trabajaba a tierra”.
No hay quién pueda saber cómo, muchas veces, la sonrisa y la mirada cómplice después de la jornada de la tierra y la siembra o la apetitosa esperanza de hacer la clase en la escuela rural, fueron la más simple razón de existir.
“En su hogar le decían Tano; en la Escuela normal, el gato Cartagena; y yo, en la intimidad, “Chinito”.
Sus voces ya no son más aquel sollozo. Hoy son resistencia imprescindible. La misma que nadie quiso atender, como cada recurso de amparo. porque sus relatos sonaron ridículos para un país que “se rehacía”. Y su reclamo quedó archivado en bolsas negras del país terminantemente oscurecido y sin cosecha.
“La familia, papá, mamá, hermanos, no podíamos conversar con nadie, la gente nos evitaba, no se nos visitaban siempre estábamos muy solos. Nadie nos visitaba por temor, pienso yo”.
Y hubo que esperar medio siglo para que sus gritos tan siempre vigentes, tan vivos e imprescindibles para tantos y tantas, hoy enrostren con razón y sentido a los que lamentan haber “llegado tarde”, medio siglo después.
“Soy hija de una viuda del ‘73”. “Soy los pies y la voz de mi Maruquita. Soy aquella mujer que exige justicia, esa mujer que no teme a gritar” “Yo solo espero que se haga justicia, que mi abuelo y los detenidos desaparecidos descansen en paz”.
Cincuenta años ya de esos relatos silenciosos a los que nadie puso oído, salvo aquel pueblo que con ellas padeció la ausencia y sigue vivo, aunque sea a empujoncitos. Pero aquel clamor, porfiado e imprescindible como ellas, hoy pone en su lugar a su majestad la indiferencia.
Y lo hace así de vientres, de compartirlo en algún tecito y en las mil búsquedas. Hoy, ese sollozo que nadie se atrevió a oír es el alimento de memorias igual de imprescindibles a las que -como el Estado- nadie más debe seguir llegando tarde.
Ese grito ignorado, esa exigencia, tiene hoy su sitial. Y está contenido en “Memorias de mujeres de Paine”, iniciativa impulsada por el Prodemu de la Provincia del Maipo que resume los testimonios de diez mujeres cuyos familiares fueron asesinados y/o hechos desaparecer en Paine tras el golpe militar, civil y patronal de 1973.
Contiene dolores, enfados, esperanzas hasta ahora inconclusas; admiración, amores, pero, por sobre todo, coraje. De esos corajes que, a medio siglo, coscorronean a aquellos que se negaron a oír y ahora llegan tarde.
A esa indiferencia, ellas proponen una aurora para con la tierra donde se hicieron imprescindibles.
Conoce y descarga Memorias de Mujeres de Paine
[sdm_download id=”19551″ fancy=”0″]
[sdm_download_counter id=”19551″]