De hablar pausado y tono sereno, Patricia Caro (50) no desliza ni un ápice de resentimiento en su mirada. Pobladora de Villa La Portada de Paine, dice sobrevivir a base de sus creaciones, esto es, de todo aquello que “trato de crear con mis manos; lo que me venga lo trato de hacer, crear”, como la artesana que se considera.
Fue desde esa inquietud creadora que el año pasado decidió participar de un taller de mosaico organizado por el equipo de Educación de Memorial Paine, ocasión en el que el tema de la inclusión la llevó a crear una pieza que hoy atesora en su hogar.
Razón más que suficiente para abordar esa temática es su hija Mariana, de diez años, una niña “bien despierta, distraída y muy artista también”, como Patricia dice. Mariana nació con síndrome de Down, y aunque en principio fue un camino complicado, con el correr del tiempo “ella ha sido una fortaleza absoluta desde que nació”.
“Más que en lo personal, pero sí ha sido complicado. En un comienzo, lo social, que ahora ya lo superé y es parte del pasado. Pero en un comienzo sí fue difícil, porque miran a tu hija como si fuera un bicho raro. Fue difícil entender que la gente, o sus mentes, no están abiertas para ir viendo que cada persona puede tener sus diferencias”, dice de entrada.
Su familia ha sido pilar fundamental y apoyo incondicional. En cuanto a la asistencia de las instituciones, Patricia dice estar agradecida por “una muy buena atención de parte de médicos, profesionales maravillosos, y siempre una buena acogida. Me he sentido muy bien tratada. No solamente por la parte médica, sino también la calidad humana”, confiesa.
“Con la mirada, las acciones…respetar”
Mariana es distinta. Y lo sabe. A su corta edad percibe cierta frialdad por parte de la gente. Especialmente en espacios públicos “que no sean el colegio”. Y cuando ello ocurre se le nota.
“Ahora que ella está más grande sí se da cuenta. Sobre todo, cuando vamos al parque o a lugares públicos que no sean el colegio, ella ha notado cierta frialdad de parte de la gente. Siempre saluda y qué sé yo, y entones como que la miran por las cosas que ella hace, que son normales, como todos. Entonces ella siente ese peso. Se pone triste, y se le nota, se pone cabizbaja, ralentiza su marcha, por ejemplo” comenta Patricia.
Pero pese a todo ello, Patricia se queda con esa fortaleza y enseñanza que su hija ha significado. Una de ellas, y quizás la más potente en el sentir que Patricia transmite, es el leer la conducta social frente a lo diferente. Y allí, esta madre no duda en delinear claramente las obligaciones.
“Mariana vino a enseñarme muchas cosas con su condición. Muchas cosas, muchas, entre ellas, entender y aprender que es mi hija y no la hija de la sociedad. En el fondo, uno siempre siente que chuta que la mala mirada…pero no, el problema es uno. Uno tiene que aceptar la situación. Obviamente, siempre la he aceptado, pero las personas no tienen por qué; pero tampoco poner caras. Debiera ser eso, por lo menos el respeto” reflexiona.
“Lo que la sociedad debe estar obligada es al respeto. No solo con Mariana, con su condición o con un niño autista; no, en general. Más allá de alguna condición o discapacidad, la sociedad debiera estar apta, hace muchos años, para respetar con la mirada, con las acciones, respetar”, sentencia Patricia.